Coopertoners

viernes, 10 de diciembre de 2010

El bar de Manolo y la Corporatocracia


Costaba creerlo. Una sensibilidad a flor de piel el Gallego Manolo. Sesenta años y gordo como bolsa de yerba Misionera. Tenía los botones tan ajustados del guardapolvo que daba la impresión de salir eyectados en cualquier momento. Jamás lo habíamos visto tan sensible. Era el dueño del bodegón "La rosa de Alcalá" en el corazón de Balvanera. No miento si digo que nos quería como los hijos que no tuvo. Nos patinábamos el sueldo en cervezas y picadas, de ahí un poco tanto afecto. Aquella noche el Tano Dinome dio el puntapié que inició el debate.
-No lo voy a entender nunca eso de los monopolios, y menos si se trata de la salud -Dijo acariciando el vaso como si fuera un hamster.
-"¿Y vos que te pensas? Esos tipos no hacen pastas para ganarse un premio Nobel papá".-Aseveró Marquitos.
-Ya se que no, pero hay pibes que se están muriendo hermano. Hacé un par de kilómetros al interior y miralo con tus propios ojos. Llegan partidas de medicamentos vencidos y para colmo insuficientes. ¡No me digas que estos condenados no pueden hacer algo! - Retrucó Dinome.
Manolo escuchaba al pasar. Iba y venía con botellas de todos los tamaños y colores. Cada vez que se acercaba a nuestro grupo se detenía unos segundos a para la oreja.
-Es así -Dije- La salud es un mercado como lo es el de la comida, la siderurgia, las empresas de transporte y los marionetistas. Los gobiernos no pueden hacer mucho al respecto con las multinacionales. Las soberanías han pasado a un segundo plano. El capitalismo salvaje tuvo cría y se llama Corporatocracia. Son ellas las que manejan los hilos de la seguridad, la democracia, la libre expresión, las guerras, el hambre, las muertes, la vida, las risas y los llantos. Ellos son dios, están en todos lados.
De repente el Gallego no aguantó mas. Dejó la bandeja en la mesa lindera y se tomó la cabeza con ambas manos.
-Es terrible -Murmuró- que todo esto suceda sin que nos diéramos cuenta. Acá tranquilo escuchando sus cosas y yo sin haberlo notado siquiera. ¡¡¡Me cago en la hostia y la putísima madre que me parió!!! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
Tratamos de calmarlo explicándole que ciertos planteos se debían debatir para tomar conciencia, que no todo estaba perdido a pesar de tan negro panorama. A veces la gente necesita un golpe de efecto para despertar del fútbol, la novela de la tarde y el aquadance.
-No te pongas así hombre, tomar conciencia nos hace mejores personas. -Lo calmó Marquitos palmeándole el hombro.
-¡A la mierda con la conciencia tío! -Bramó- ¡Los de la mesa ocho se han ido sin pagar!
Y sí, aunque cueste creerlo, a veces la susceptibilidad pasa por el lugar menos imaginado.

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