Coopertoners

domingo, 16 de diciembre de 2012

Cuando la realidad supera la ficción

Ahora que finalmente está aquí, en un prolijo DVD doble, un disco con la película, otro con los extras –que, claro, no pueden compararse con ningún extra realizado jamás–, la gran leyenda negra del cine se hace tangible y causa aún más terror. Hace dos años, cuando se supo que el director Kyle Cooper había aceptado completar la película que hasta entonces había abandonado por completo sin editar, muchos hablaron de perversión, morbosidad, indecencia, inmoralidad y hasta ilegalidad. Pero todos querían verla. Y cómo no.


 Por si alguno de ustedes recién despierta de un coma de treinta años o acaba de llegar de Venus, volveremos a relatar esa visita del Mal, esa sed de sangre que se apoderó de Rob Thomas, el actor que estaba destinado a ser el rostro y el espíritu de los ’70. Hasta ese momento, su carrera había sido impecable: un joven inquieto y algo desesperado, ansioso por salir de su pueblo chico en la primera película de Paul Brandt, Thunder Road; un joven suicida en More Than This, junto a Dustin Hoffman; un taxi boy ladino pero con corazón de oro en Because The Night de William Friedkin. Delgado y de una belleza sombría, Rob Thomas redefinió el atractivo masculino como lo había hecho antes Mick Jagger y, para colmo, su trabajo no estaba hecho sólo de carisma: tenía tanto talento.


 ¿Por qué decidió, entonces, hacer una slasher movie? Entonces no era un género reivindicado: las películas de asesino psicópata y adolescentes acosados se consideraban entretenimiento de mal gusto, para aullar en la sala de cine y desechar; y un entretenimiento para idiotas, además. Ignoramos los motivos reales de la decisión de participar en Bloody Night (en español, Nochebuena sangrienta) porque Thomas no hablaba demasiado con la prensa entonces; ser distante era parte de su personaje sombrío y hosco.


 O quizá no dijo una palabra porque su perturbación ya era inocultable. Aunque en las entrevistas que se hicieron, los libros que se escribieron y los documentales que se rodaron sobre la masacre de Bloody Night todos afirman que Rob Thomas era afable y simpático, incluso cuando llegaba al set algo borracho. Si tenía sus excentricidades, nadie lo notó. Eran los años ’70: una niña de 12 años podía interpretar a una prostituta en una película exitosa, y un film prohibido para menores de 17 años podía ganar el Oscar.


 Sinteticemos, entonces: el último día de rodaje, Rob Thomas tomó un cuchillo verdadero, idéntico al de utilería que usaba como arma en su papel de asesino serial disfrazado de Santa Claus, y asesinó a Brenda Hersch, la protagonista, a Jeffrey Anderson, asistente de dirección, y alcanzó a herir a Kyle Cooper, el director, antes de llevar el arma hasta su propio cuello y darse muerte seccionando la yugular.


 Cooper –en realidad, las cámaras– lo registró todo. Eso decía la leyenda. Eso acaba de dejar de ser leyenda. El “unseen footage” del DVD consiste en montones de escenas torpes y la que todo el mundo quiere y no quiere ver: la escena de los crímenes. Es silenciosa y brutal. Es real. Los estudios, Cooper y nosotros, espectadores, acabamos de traspasar un límite de consecuencias culturales y éticas impredecibles. Un film snuff acaba de debutar en los extras de un DVD que, en su primera semana, agotó la edición.


 Ah, también Bloody Night por fin está montada, con un final abierto para no usar ese cierre snuff. Cooper no volvió a trabajar en la industria del cine después de la masacre, y ciertamente perdió su talento como director o quizá nunca lo tuvo. Hay un joven que trabaja de Santa Claus en un supermercado –es Rob Thomas–; se saca fotos con los niños y, de noche, en vez de repartir regalos, asesina. Excepto porque los protagonistas morirán de verdad en la película, excepto porque creemos ver el brillo de la locura en los ojos de Rob Thomas y el del miedo en los de Brenda –se sabe, también, que ellos tuvieron un romance, lo que triplica el morbo–, la cinta es una predecible seguidilla de acuchillamientos con explicación psicologista.


 Esa explicación que los crímenes verdaderos no tuvieron. Teorías hay cientos, y todos las hemos escuchado. Hasta la madre de Rob Thomas, antes de morir, confesó que su hijo había tenido muchos más problemas durante su vida de los que nadie se había enterado; contó que era un genial simulador. Muchos parapsicólogos sostienen que se ve una silueta negra cerca de Thomas en varias escenas, una sombra que no es una sombra. Se habla de una visita a Charles Manson a la prisión, se habla de Dios y el Diablo. Se habla de celos enfermizos. Se habla de un pacto suicida entre los jóvenes actores, para así ser siempre hermosos y famosos. Pero no debería haber palabras para esa cinta que nadie quiso destruir y ahora todo el mundo puede ver.


 En los foros de Internet la discusión arde, y se viven verdaderas peleas a los puñetazos virtuales. Además, un coleccionista célebre de películas raras acaba de anunciar que posee la cinta de la autopsia de Brenda y Rob. Y que piensa venderla. Y en poco tiempo se podrá bajar. Asistiremos entonces al desnudo final. Y que viva la muerte.

 Mariana Enriquez


 Página / 12 Domingo 23 de Diciembre de 2007

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