Cuando Duchamp, casi al final de su vida, responde a la pregunta: ¿cuál fue su mejor obra?, quizás no percibió que su respuesta, años después, iba a ser considerada por otros su mejor obra, ésa que solamente resulta de la magia, ese arte sublime que consiste en aliar lo que se sabe con la capacidad de obrar.
Pocas veces Duchamp habla de arte; es público que de muchas de sus obras haya dicho él mismo que no eran arte, aunque las miremos y comprendamos como tales. Es el tono en que hace estos enunciados lo que evidencia el lugar desde el cual está hablando Duchamp. Un ejemplo, cuando a la pregunta ¿cree usted en dios?, él contesta: “No, en absoluto. Es un invento del hombre”, nos importa más saber desde dónde lo dice que si tiene razón o no.
¿Desde dónde se dicen las cosas?
¿Desde el yo freudiano que cuando opina cree con firmeza que está haciendo verdad?
¿Desde el sistema mismo?
¿Hablamos lo que sabemos?
¿Desde qué lugar habla Duchamp cuando habla sonriendo?
¿Se puede ser tan pero tan radical sin gritar, sin golpear?
Sí, creo que es posible, él al menos lo hace.
Sepan disculpar el rodeo pero es lo que trato de hacer, de rodear este bosque que llamo Duchamp, el bosque Duchamp, lugar del origen, del logos, de la tradición que sustenta cada una de sus palabras. ¿El Humanismo, la Grecia presocrática? Seguramente él hubiera contestado que todo está en Roussel. Sin embargo, ésta es también una pista. Roussel escribe obedeciendo a la cacofonía de las palabras y no al sentido que hasta ese momento se les otorgaba; resulta ser la misma operación que fundamenta dar vueltas un mingitorio. Es Diógenes pidiendo al emperador que se corra porque le tapa el sol. No es Rimbaud exento de sentidos; lo que Duchamp hace es encontrar otro sentido, uno que restituya el aire que falta, la respiración, el arte de respirar. “Soy un respirador”, solía decir satisfecho.
¿Sirve de algo decir que Duchamp es platónico, surrealista o dadá? ¿Sirve de algo, y lo pregunto en este momento histórico tan pequeño burgués que nos toca habitar, pregunto: sirve de algo masticar el misterio? ¿Sirve de algo definir la obra de alguien que específicamente decidió mantenerla en el más neutral de los misterios?
En el Renacimiento se consideraba que al revés de la Naturaleza, el hombre primero experimentaba para luego hacer razón esa experiencia. Aunque aún no hable de la obra que da motivo a este texto es bueno saber desde qué lugar hablo. Hablo desde la experiencia Duchamp. Me formé como persona en esa experiencia que hoy transformada en razón me hace libre, libre después del saber que otorga la experiencia.
Más que un maestro, él es un compañero de revoluciones.
La obra en sí es difícil de ver. No está en museos, tampoco en colecciones, o reproducida en libros de arte. En verdad, no se puede ver porque, como toda obra de Duchamp, no es para ver sino para practicar. ¿Practicar qué? Tiro al blanco, por ejemplo.
Claro que en comparación con la silla+triágulo de grasa de Beuys, esta obra de Duchamp, al carecer de cuerpo y de olor resulte algo diferente. El Gran Vidrio que hizo visible lo transparente es también otro sentido, otra obra. Esta, en cambio, transporta más de un sentido, y en vez de concentrarse en un cauce se hace delta, se abre, se expande. Es una obra sin dimensiones previsibles. Uno podría dimensionarla en centímetros pero sería un obrar inútil, sin medida.
¿Qué estilo?
Bueno, podríamos decir en este caso particular que el estilo es el tono. Otra vez, el lugar desde el cual se habla aquello que se sabe. Imaginen ustedes un hormiguero, que lo abren y lo miran desde arriba como un espectáculo; millares de hormigas yendo y viniendo, hablando a la misma vez, nerviosas, y al fondo de todo este cóncavo escenario una hormiga, una sola que habla despacio sin deseo de interrumpir. La voz de esa hormiga es el tono Duchamp, el tono de la obra que comparto, la respuesta de Duchamp.
“El espectador completa la obra”, dijo él una vez. Adhiero: es verdad que el espectador hace de la obra algo suyo, se la apropia al punto que el autor se diluye, desaparece.
En el caso de la obra elegida la responsabilidad del espectador es mayor: hacer con propia mano aquello que la obra propone.
¿Qué propone?
Ser feliz.
¿Qué respondió Duchamp?
Ser feliz.
Remo Bianchedi. Página / 12 Octubre 20 de 2012.
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