El teatro "ABC" invitaba a una noche de shows eróticos. Pura brillantina para púberes que se abrían paso a la lujuria. Cada chica tenía su hinchada exacerbada por dosis de alcohol al por mayor. Esmeralda y Lavalle se transformaba en una fuente inacabada de testosterona.
La Richmond ofrecía dos por tres en cervezas y tablas de queso. El rigor de la galantería, por lo general, me empujaba a la florería de Córdoba y Florida en busca de unas rosas que acompañaran de mi boca promesas de amor eterno. Tenía 17 años. La destinataria, por lo general, huía ante el primer taxi que asomaba. La madrugada para ellas no ameritaba mas que la calma de una pensión luego de tanta ebullición sentimental.
Las rosas y las cartas siempre iban a parar al mismo lugar: El gran desagüe donde seca sus lágrimas la ciudad. Soñaba mi muerte cada noche de Sábado sobre Maipú llegando a Plaza San Martín. Alguien me dijo, no recuerdo quien, que Borges había vivido por ahi y que un tal Peralta Ramos acompañaba sus solitarios pasos recitando poemas en voz alta.
Si el rumbo cambiaba, Avenida de Mayo deslumbraba atrasando cuarenta, cincuenta años en sus fachadas.
Si el ánimo era bueno, los 36 billares era el plan perfecto para despuntar el vicio en un par de cervezas bien heladas.
No era extraño ver señoras entradas en años, emperifolladas hasta la médula buscándole la vuelta a una existencia llena de tropiezos. Salían del teatro Avenida a la espera de que la función continuara en otro ámbito. Fantasmas obstinados en hacer prevalecer un deseo esquivo.
Los cafiolos arremetían entre grupos de pibes prometiéndoles la mejor noche de sus vidas, sin que estos intuyeran que dos pobres desgraciadas bancarían la parada con un desgano elocuente.
Tipos desgarbados a la espera de un sanguche mordido merodeaban en la puerta. Siempre había algún Samaritano que los contenía.
Sobre Cerrito, chicas que eran chicos ponían a prueba sus dotes femeninos con seducción indomable. Soledad era el denominador común de todos nosotros. Nos mirábamos de reojo y además de saberlo, nos gustaba. Ir y venir, todos los Sábados, con calor, frío o lluvia sobre esa gran cinta de Moebius de la cual nos parecía imposible salir. Tan difícil como dejar de respirar.
Ahora que todo cambió, se empieza a escribir una nueva historia sobre aquellas calles que siempre repite la misma receta: Vivir y morir por las entrañas de sus pasajes.
Extracto de "Un mundo aparte en una mirada diferente" NDD. CCP Ediciones.
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